Mucho tiempo de la vida viví, convencida de que había cosas que no debía hacer yo. Que eran cosas muy lejanas a mi. Que por alguna situación, tácita, una creencia inconciente, no eran cosas que yo tenía que hacer y debían quedar en manos de terceros.
Hay cosas que precisan macerarse para alcanzar su punto. Y el entendimiento es una de esas cosas.
Desde hace un rato (supongo que desde los 33 cuando volvió el sol a mi posición de nacimiento y supongo que hasta los 42, que se acaben mis tránsitos saturninos y uranianos) estoy en la recapitulación, o puesta a punto de mi propósito y de lo que he ido recolectando de las experiencias. Haciendo limpieza de lo que va y lo que no. Como una Mari kondo del espíritu.
Buscando entre saberes, herramientas, ideas y emociones ( fuego, tierra, aire y agua) para volver inventar un orden que permita reflejar lo que soy.
Un día, se me ocurrió que quería hacer un techo de enredaderas en mi patio, porque sería genial para sentarse a merendar en las tardes de primavera. Con flores cayendo y perfumado el lugar. ( Otro día hablamos de mi jardín, otro maestro inconmensurable). Fue entonces que empecé a elucubrar el cómo. Necesitaba una estructura que lo sostuviera, que fuera segura, que fuera duradera y que quedara algo estética hasta que las enredaderas empezarán a cubrirlo. Y todo esto sin presupuesto. (Parte de toda esta transformación es que hace tres años decidí renunciar a mi trabajo "tradicional" y ahora vivo Freelance en comunicación, un poco con lo que hago aquí y con el turismo siendo guía... Se imaginarán que los rubros para techos son nulos.
Sin luchar con mi situación, me puse creativa e imagine cómo poder construir la estructura que necesitaba para que las enredaderas comenzarán a crecer.
No fue hasta hace dos noches, que estaba cenando con mi compañero estelar del amor, que me percaté de que lo había hecho. Cuando él me dice: que buen lugar que hiciste, va a quedar genial.
Ahí lo vi. Cómo cuando Harry Potter se dio cuenta de que el mismo había sido quien lanzó el expecto patronum hacia los dementores que estaban por matarlo en otra línea temporal. Yo me di cuenta de que yo misma era quien había hecho algo que creía que no tenía que hacer yo y que sin embargo había hecho, trascendiéndome. Había desbloqueado un poder. El poder de Venus. El poder de comprender mis deseos y mis inseguridades (incluso en cosas que no sabía que era insegura porque ni siquiera me lo había planteado). Venus, que es Afrodita, es dueña de su deseo y de su estampa. Se auto realiza infinitamente siendo quien es y valorándolo. Haciendo y reconociéndose en el hacer. Cómo parte de sí. Incluso cuando espera. Porque es parte de su elección esperar. Lo importante es que lo reconoce y lo honra siendo quien es en cada momento y valorándolo.
Ahora me queda esperar a que las flores crezcan y ver qué otro techo tengo que empezar a inventar.
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